79 años de episodios únicos
Este Puebla que se está volviendo octogenario puede no tener los campeonatos del América o Chivas, pero la Franja tiene algo que los billetes no pueden comprar: la satisfacción de resistir todos estos años en la precariedad.
Me es imposible negar que este equipo me ha provocado muchos más momentos de angustia que satisfacciones; pero, por supuesto, también me es imposible refutar que esos lapsos cortos han sido maravillosos.
Ese equipo del que escribo es el Puebla, mismo que este 7 de mayo cumple 79 años de vida. El equipo de esta ciudad ya es longevo y en sus casi 80 años ha pasado de todo, desde tener finanzas sanas hasta tenerlas muy lastimadas; desde ser un equipo poderoso y campeón hasta ser uno muy débil y del montón; desde jugar con estadio lleno hasta jugar en un gigante de concreto donde hay cabeceras, plateas y rampas semivacías.
La gente, los verdaderos seguidores del Puebla, han pasado de todo: desde llorar su efímera desaparición hasta celebrar su reaparición en la extinta Segunda División; desde aplaudir el ascenso y desnudar en el terreno de juego a Gervasio Quiroz hasta abuchear a elementos como Roberto Trotta y otros tantos que ni siquiera vale la pena mencionar; desde sufrir los descensos hasta sorprenderse con los regresos a la Primera División.
Este Puebla es un equipo con una historia singular. Este Puebla que se está volviendo octogenario puede no tener los campeonatos del América o Chivas; puede no estar ni cerca de la convocatoria que tienen Cruz Azul y Pumas; puede no tener a su disposición los montones de dinero que poseen los equipos norteños, los de Grupo Pachuca o los de Orlegi.
Pero la Franja tiene algo que los billetes no pueden comprar: la satisfacción de resistir todos estos años en la precariedad. ¿Cuántos de los llamados grandes serían calificados como tal si vivieran en la eterna incertidumbre y en la austeridad?
No puedo negar que durante grandes lapsos y con distintas directivas las cosas se han hecho mal. Pero –porque siempre hay un pero –justo es mencionar que incluso las peores decisiones han provocado que este equipo permanezca en una ciudad que, aunque ya no se le entrega como en la lejana década dorada de los ochenta, pese a todo, todavía lo alienta.
Es innegable que hay varias historias que uno no quisiera recordar como las dos veces que el equipo se quedó sin su estadio; la primera, porque al Mirador le prendieron fuego y, la segunda, porque el gran Cuauhtémoc fue clausurado en los 90’ s, tras jugarse la final de ida ante el León.
¿Cómo olvidar los descensos? Uno de ellos a finales de los mismos 90 's en la cancha del Tec, sede en donde un Puebla lacerado por las malas decisiones fue a morirse ante los Rayados del Monterrey. El otro declive, el más reciente –y que ojalá sea el último –concretado en la casa del difunto Veracruz.
Es obvio que hay más cosas malas que buenas en estos 79 años del Club Puebla; sin embargo, quien quiere a este equipo que viste de azul y blanco no puede ocultar que por cada momento glorioso han valido la pena diez episodios dolorosos.
Yo no olvido lo malo, pero prefiero quedarme con el gol de Luis Enrique Fernández y su carrera frenética; la noche de la voltereta a los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara; los goles del Mortero y Poblete, así como las barridas de Ruiz Esparza y las atajadas de Pablo Larios; el ascenso ante Dorados y la música silenciosa del violín imaginario con el que el Bola González catapultaba al Puebla de Chelís a la Primera División.
¡Felicidades a la afición del club!