De la “Jimmyneta” y cosas peores

Una tarde de finales del año pasado, millones de personas en México apretaban con fuerza el botón rojo de sus controles de televisión. Otros, en sus pantallas de teléfonos celulares, cerraban la aplicación que por más de dos horas los tuvo expectantes a lo que ocurría al otro lado del mundo, en un desierto convertido en un predio amarillento donde hoy se levantan extravagantes edificios de cristal y acero.

Apenas terminó el partido que México empató con Arabia Saudita, cuyo resultado propició la esperada eliminación del “Tri” de Gerardo Martino, varios “revolucionarios” del periodismo deportivo movieron ágilmente sus dedos para formar frases lacerantes y críticas en sus cuentas de Twitter. Con distintos estilos y adjetivos, pero todos coincidieron en una obviedad: México fracasó en el Mundial.

Los dueños de esas voces y letras que presumen tener las soluciones a los problemas del fútbol mexicano se le fueron con todo a Martino y a las personas que lo pusieron ahí.

Ellos, a veces voceros de algunos directivos y otras tantas falsos predicadores de una corriente que está más cercana al infoentretenimiento que al periodismo, criticaron a los dueños de las televisoras, a los dirigentes de selecciones nacionales y equipos y, por supuesto, a jugadores. Muchos de estos “periodistas” gastaron horas al aire en televisión para debatir lo que no era tema de debate: un proceso fallido y un fracaso anticipado.

Pues bien, estimado lector, debo decirte que muchas de estas mismas personas que criticaron con fervor a jugadores y a algunos directivos no son más que personas que caminan por el derrotero que les indica su conveniencia. Dicen lo que les conviene; una entrevista exclusiva, una filtración de poca relevancia y hasta playeras firmadas o boletos de avión para asistir a los partidos del Tri en Estados Unidos son el pago en especie por sus buenos comentarios, por su crítica a modo, por su visión que enfatiza lo bueno y maquilla lo malo.

Vergonzoso es mirar las mustias sonrisas que estos “periodistas” intercambian con ciertos directivos, mismos a los que en pantalla “critican” pero en corto, en persona, frente a frente, les rinden pleitesía. Y no voy a profundizar en los eventos de prensa que se efectúan en las fastuosas instalaciones de la Federación Mexicana de Futbol, sede en donde las personas que deberían ser críticas, compiten por ser los primeros en saludar a tal o cual directivo, con los que posan para la fotografía del recuerdo.

Sé bien que un buen periodista cultiva y protege sus fuentes. Sé bien que una fuente, que bien podría ser un directivo o jugador, son la diferencia entre tener información irrelevante y poseer la exclusiva, la que será replicada por todos los medios de comunicación. Sin embargo, sé también que entre un periodista y su fuente debe existir una cercanía profesional y una lejanía personal. Esto, por desgracia para la objetividad, no existe en el entorno mexicano si es que hablamos de las vacas sagradas del periodismo a nivel nacional.

Hoy el periodismo deportivo mexicano, con sus principales referentes, se halla en un momento deplorable. A menos de tres años para que se dispute la Copa del Mundo, aquellos que deberían ser críticos todo el tiempo no son más que veletas que se mueven de acuerdo a la ventisca que favorezca mejor sus intereses.

Actualmente los grandes referentes de ese periodismo que está más cercano al entrenamiento que a la cosa seria, están más preocupados por inventar calificativos como la “Jimmyneta” o bien, en agradar a directivos para que estos les den información para publicar en sus redes sociales, cuyos likes y ‘Me encanta’, elevan su ego.