Memento mori: el orgullo de jugar
El futbolista, máximo protagonista del juego, tiene cierta responsabilidad cuando se olvida de jugar y sus acciones van más dirigidas para evitar el error que en busca del éxito.
“Podrías dejar la vida ahora mismo.
Deja que eso determine
lo que haces, dices y piensas”.
Marco Aurelio.
“Memento Mori” no solamente es una frase, es uno de los pilares de vida en la filosofía estoica, el cual tiene como objetivo recordarnos de forma constante nuestra vulnerabilidad, y por ello, vivir honrando lo que en verdad somos cada segundo.
Contrario a lo que se piensa o entiende a la primera, “Memento Mori” es todo menos una visión pesimista o desesperanzadora; “me voy a morir, entonces no tiene caso que lo haga”. NO, totalmente al revés, “porque me voy a morir, tomo precauciones y hago frente con orgullo de lo que soy y siento/creo a los desafíos de hoy”.
“Memento Mori”, filosofía de vida. Por eso, estoy convencido que también es aplicable como filosofía de competencia en cualquiera que sea la actividad/deporte que realicemos. Bien dicen que cuando nacemos, solamente tenemos una cosa segura: la muerte.
De igual forma se sabe que cuando competimos, la derrota es una posibilidad. Al aceptar ambas realidades se nos abre un dilema: si la muerte/derrota está a la vuelta de la esquina, ¿qué decido hacer mientras vivo/compito/juego? ¿Cómo voy transitar el camino? ¿Qué quiero demostrar/me en los 90+ minutos? Cuando llegue “mi hora”, cuando el árbitro pite el final, ¿qué ocasionará que esté satisfecho y orgulloso de la oportunidad otorgada?
En la presente Copa de Mundo, al ser un torneo corto, comprimido, en el que el margen de error es mínimo, se ha visto de forma clara que muchos equipos, al sentirse inferiores, no juegan, se cuidan, sobreviven, no viven. Llegar hasta ese momento, ganarse la oportunidad, tras muchísimo esfuerzo y sacrificio, y cuando estás ahí olvidarte por completo de todo lo que te hizo lograrlo, me parece injusto; injusto contigo, con la vida e injusto con los que nos sentamos a observar otra versión.
Para nada digo que hay que ser unos kamikazes, o ir en busca del triunfo como “pollos sin cabeza”. Entiendo y asumo que hay que tomar precauciones, de la misma forma que todos los días al salir de casa, a pesar de lo decidido y valiente que seas, mirarás a ambos lados al cruzar la calle; hay que evaluar el entorno. Pero después de eso, explayarte, ser tú, sincerarse ante mi ser mayor, ante el mundo: “Esto somos, este es plan que nos permitirá exponer nuestra realidad”.
El futbolista, máximo protagonista del juego, es verdad que tiene cierta responsabilidad cuando se olvida de jugar y sus acciones van más dirigidas para evitar el error que en busca del éxito. Pero también es una realidad que el atleta va absorbiendo los miedos, preocupaciones, dudas de su líder. Al final la decisión y la acción es de ellos (jugadores), pero esta está manipulada, viciada, por los mensajes, algunos explícitos y otros, muchos más implícitos, que el entrenador manda.
“Quiero que llegues a línea fondo para mandar pases al área…pero ten cuidado de no descuidar al extremo rival”; doble mensaje para el lateral. “En salida, busca a los cercanos, viajemos juntos combinando entre nosotros…pero recuerda que eres el último hombre y detrás de ti solamente está la portería”; doble mensaje para el portero. “Cada que tengas espacio remata a gol…pero recuerda que su portero es muy seguro, acércate lo más que puedas”; doble mensaje para el delantero. Es evidente que hay que tener precauciones, ser realistas, tener la mayor información valiosa posible, pero para que un artista, como lo son todos los futbolistas, pueda expresarse, es preciso que el líder lo convenza que hay que vivir, que hay que jugar, que somos suficientes.
¿Qué es lo esencial? ¿Qué somos como equipo? ¿Cuál es el mensaje que queremos mandar al mundo, a los que nos rodean? Estas respuestas son las que nos marcan la diana, hacia dónde hay que ir. Si detectamos el blanco, tenemos claro adónde y por qué, pero decidimos no ir o cambiar el objetivo, no merecemos competir, el “Dios Futbol” nos castigará seguramente sin darnos una oportunidad más.
Es hoy, es este partido, este entrenamiento (porque para eso sirven las sesiones, para ir asimilando una idea, no táctica ni estratégica; una idea de competir, de vivir, de jugar, de ser nosotros). ¿De qué me quiero morir? ¿Cómo quiero vivir? Reunirse en el vestidor, verse a los ojos y tener la mejor sensación del deportista: orgullo de haber JUGADO.