Periodismo de clubes
El futbol sin pasión no vale para absolutamente nada, sí, pero no confundan los valores asociados a un determinado club con su hambre de protagonismo. ¡Nos importa un maldito carajo si el relator de turno le va o no le va al equipo de casa! Ni nos conmueve ni nos resulta entrañable.
Siempre que me planteo la posibilidad de seguir o no adherido a una causa que cada vez me representa menos, me refugio en los faros de siempre. Me pasa con el cine slasher —un drama absoluto tras el revival del género a finales de los noventa—, con la literatura de viajes y me pasa, más a menudo de lo que me gustaría, con el periodismo y la comunicación en torno al futbol.
Si tengo pesadillas con un desquiciado panelista montado en una mesa de debate o con una comunicadora que le reprocha a un futbolista el «hacerse chiquito» en un partido decisivo ante el odiado rival, de inmediato me veo obligado a compensarlo de alguna manera durante las próximas horas. Si no soy capaz de actuar de inmediato para contrarrestarlo, se queda enquistado. Es el único camino —asumiendo que el sonido ambiente fue un simple esbozo de revolución durante la pandemia— que he encontrado para no dejar de ver futbol en estos tiempos de total oscuridad.
Esta semana me tocó reconciliarme con el juego y el oficio a partir del periodista catalán Ramón Besa, el redactor jefe de deportes del periódico El País en Barcelona.
En una vieja entrevista publicada en la revista cultural Jot Down, allá por 2008, Besa ya se lamentaba desde entonces la irrupción del periodismo de clubes: «El periodista se alinea en función de dónde se le edita o dónde está instalada su emisora, y el sujeto de su crónica nunca es el partido de fútbol. Hay que reclamar que el sujeto sea el partido para que la misma crónica la pueda leer un seguidor del Barça o uno del Madrid». Para después cuestionarse: «¿Es que todos los corresponsales que cubren conflictos bélicos son neutrales? ¿Se les pregunta si son pro yankees o pro palestinos? ¿Se le pregunta a un corresponsal político a qué partido vota cuando va a cubrir unas elecciones?».
A mí, sinceramente, me sigue pareciendo indignante que los periodistas y comunicadores pretendan que al resto nos interesa saber si defienden una u otra camiseta en televisión nacional. O esta obsesión de los productores por confeccionar transmisiones a la medida, con relatores, analistas y reporteros de cancha absolutamente parciales.
Al respecto, voy a decir algo que probablemente pervierta la imagen y reputación que he cimentado como defensor del lenguaje: ¡Nos importa un maldito carajo si el relator de turno le va o no le va al equipo de casa! Ni nos conmueve ni nos resulta entrañable.
El futbol sin pasión no vale para absolutamente nada, sí, pero no confundan los valores asociados a un determinado club con su hambre de protagonismo. Hay maneras mucho más elegantes e inteligentes para abordar el futbol desde la filiación y el sentimiento de pertenencia. Este periódico ha trazado una nueva ruta, para no ir muy lejos, y, desde luego, el caso de éxito de la insuperable colección de Hooligans Ilustrados, propuesta por la editorial española Libros del KO, con nombres a los que deberíamos guardar reverencia perpetua como Manuel Jabois, Enric González y Lucía Taboada.
Lo que ustedes están haciendo, colegas, no tiene nada que ver con el futbol. Es mejor que lo sepan de una buena vez, sin ningún tipo de rodeo: las cantinas los exigen de vuelta.