¿Qué hacer cuando un futbolista no sabe sumar ni restar?
En Argentina alguien ya señaló que la falta de educación es uno de los problemas del fútbol profesional de nuestro tiempo. En México no se ve cercano el día en que alguien, con profundidad, aborde el tema con tiempo y seriedad.
En una habitación hay repisas y en ellas, acomodados con esmero, se posan lustrados zapatos para jugar futbol; unos, en la suela de altísima tecnología, tienen tachones bajos y otros más altos; unos tienen forma cilíndrica y otros son hexágonos, heptágonos o cualquier figura geométrica que, según dicen los expertos de la industria que lucra con la indumentaria y artículos deportivos, puede mejorar las cualidades del futbolista que, durante el día de partido, los porta con la elegancia de un emperador que a la cancha salta con el estentóreo clamor de una afición que no escatima en ovaciones y aplausos que alimentan un ego que no tiene cómo saciarse.
En aquella habitación —que no es otra cosa más que un vestidor al que los futbolistas califican como sagrado por todo el hermetismo que presume— un externo, como usted apreciable lector o como yo, podría pensar que tiene fragancia al salino sudor que empapa las camisetas. Un ajeno a esa fracción interna del estadio podría pensar que ahí se habla únicamente de fútbol porque sus habitantes asumen con rigor su profesión. Más estos supuestos, al menos por lo que ocurre en el contexto actual del fútbol mexicano, no son más que ideas romantizadas.
Hoy, en esos vestidores que de sagrados tienen poco, no huele a sudor sino a perfumes caros. Ahora, en esas habitaciones que se hallan a escasos metros de la cancha, no se habla de fútbol sino de bolsos Louis Vuitton y de los tenis Balenciaga que los futbolistas han comprado, más que para usar, para ostentar en sus redes sociales.
El objetivo de esta columna no es criticar cómo y en qué los futbolistas mexicanos gastan su dinero. Tampoco se tiene la pretensión de juzgar si están bien o están mal las prioridades que, en numerosos casos, tienen los jugadores profesionales.
No, el objetivo de esta columna no es tal. La finalidad de este texto es señalar que hoy en día el fútbol ha dejado de ser importante para los futbolistas y que, en su lugar, los lujos, los ornamentos y todas las bondades que se generan a partir de la fama y el dinero que provoca ser un profesional de las canchas han pasado a ser lo verdaderamente importante para ellos. Quizá sea eso, en buena parte, uno de los grandes males de nuestro fútbol. Quizá sea eso y la falta de educación académica de algunos futbolistas lo que ha dado pie a la abrupta culminación de varias prometedoras carreras.
En el contexto mexicano uno de los temas de actualidad es la nueva indisciplina en la que, según ha mencionado el Club Guadalajara, han incurrido Alexis Vega y Christian Calderón. Ellos, futbolistas millonarios, en apariencia asiduos participantes en fiestas que rompen los lineamientos de cualquier concentración, parece que han dinamitado su carrera. Ellos, que, entre tenis, playera, jeans y reloj, pueden presumir tener encima poco más de 700 mil pesos, están a punto de no poder darse más esos lujos gracias al fútbol. Ellos, como varios, que dieron prioridad a lo que no era prioritario, desperdiciaron una oportunidad que pocos deportes como el fútbol dan: ganar en dólares por entrenador dos horas diarias y por jugar una hora y media el fin de semana.
Posiblemente para ser un profesional del fútbol sea una buena opción presumir más que talento en la cancha. Quizá sea el momento en que algunos futbolistas opten por prepararse académicamente para ayudarse de aquello que la educación brinda. Quizá con más tiempo en las aulas un futbolista pueda entender que no todo es dinero, fiestas y extravagancias. Quizá si hubiese más intención de preparar la mente a la par del cuerpo, esos jóvenes millonarios tendrían carreras mejores y más longevas.
En Argentina, un profesional como Carlos Tévez, que hoy es técnico de Independiente, recién declaró al comentarista Alejandro Fantino que no hace mucho se dio cuenta de que en su equipo había al menos tres jugadores que no podían sumar dos más dos. El Apache optó por no dejar pasar la situación y en su lugar planteó la posibilidad de brindar a los futbolistas dos horas de escolarización para proveerles de esa educación que repele las malas decisiones, ya sean personales o financieras.
¡Vaya contraste! En Argentina alguien ya señaló que la falta de educación es uno de los problemas del fútbol profesional de nuestro tiempo. En México no se ve cercano el día en que alguien, con profundidad, aborde el tema con tiempo y seriedad.