Entre copas y comidas hay diferencias
Entre copas y comidas hay diferencias que, por más que parezcan imperceptibles (por lo normalizadas en el entorno y lo internalizadas que las tenemos como personas), sólo tendrían que necesitar verse y entenderse una vez para que dejaran de existir.
El título bien podría ser una invitación a cenar…pero curiosamente, el futbol femenil en esta semana me ha llevado a pensar en justo eso: las Copas del Mundo varonil y femenil y las comidas de las chavas del Necaxa.
Empecemos por las Centellas: el pasado lunes ganaron su primer partido después de 8 derrotas al hilo y ser las sotaneras del torneo. Con 25 goles en contra y 2 anotados (hasta el lunes), la defensa de ese 1-0 sobre Cruz Azul ha sido uno de los momentos de mayor unión e ilusión que yo he visto en las hidrocálidas.
Independientemente del torneo, las derrotas, goles en contra, rotaciones en el arco, seguir en el sótano –y lo que todo mundo diga –esos 90 minutos fueron, o tendrían que ser, parteaguas. Es el ejemplo más vivo y claro de lo que es la posibilidad de triunfar y su materialización, por más efímero que pueda ser, en total adversidad, ya sea obvia o tan normalmente imperceptible.
Su adversidad va desde parchar el uniforme para ocultar el nulo –ni siquiera ‘parchado’ –apoyo que la femenil recibe del Gobierno. De hecho, frente a Cruz Azul saltaron con uniformes “nuevos” y, por más mínimo que parezca, a juzgar por el resultado, ellas hicieron del nuevo uniforme una su armadura. Igualmente, después de ganar, estuvo circulando en redes la noticia de que por fin contarán con comidas en el club (descontadas vía nómina) y que ya podrán usar regaderas al interior de las instalaciones del club.
Lo de las comidas descontadas vía nómina era una práctica común en la femenil (desconozco si lo sigue siendo). Pero cuando empezó el torneo así era (al menos, en Pumas). Y eran (sino es que siguen siendo) una normalidad a la par de mejores comedores y comidas más completas para los jugadores del equipo varonil. A la par de una brecha de salarios en la que los chavos de primera división más que pueden garantizarse comer sano a diario fuera del club, y las mujeres, la verdad…no lo sé. Que no les nazca a ellos cambiar esa situación me parece, no sé, raro.
Respecto a las regaderas, entiendo que si no tenían un vestidor “propio”, suponía un problema. Lo que a veces me vuela la cabeza es, ¿por qué a falta de dinero, o de espacios para mujeres (porque se les impuso un equipo femenil) compartir instalaciones es un problema? Genuinamente, no tendría que serlo. Esta noción tan normal de que los chavos deben tener todo resuelto y que las chavas se las arreglen como puedan, es la que, cuando la entiendes, frustra. Más cuando, aparte, el salario bajo les imposibilita muchísimas cosas. Independientemente de que, incluso equipos como Necaxa, sí tienen dinero como para no pasar estos “osos” y no tener así a sus chavas.
Imaginemos que no lo tienen. Se los concedemos.
Que el equipo femenil no sea una cuestión organizativa a tomar en cuenta, porque inconscientemente no pueden usar lo que la varonil sí usa, es la inequidad que se perpetúa y la que se reclama. Me encantaría que cada rama pudiera tener sus propias instalaciones y cosas con la misma calidad, pero si no se puede porque no hay dinero con qué, el asumir que es impensable compartir, me causa mucho conflicto. No es necesario ser ricx para no discriminar o para tratar a la gente como iguales. De igual forma, ser ricx o que haya más dinero para repartir tampoco esconde tratos inequitativos.
Aquí es donde entran las copas. Investigando sobre el Mundial femenil que se jugará en julio, me topé con este dato:
La Copa del Mundial femenil pesa 1.8 kg y está hecha de plata esterlina revestida en oro amarillo y blanco de 23 quilates. En 2015, FIFA la valuaba en 30,000 dólares, y la plata esterlina ronda por los 1,000 dólares. La Copa del Mundial varonil pesa 4.9 kg, porque es de oro (no solo es revestida de oro). El oro es de 18 quilates y su valor en metal precioso, en 2015, era de 150,000 dólares.
En fin, entre copas y comidas hay diferencias que, por más que parezcan imperceptibles (por lo normalizadas en el entorno y lo internalizadas que las tenemos como personas), sólo tendrían que necesitar verse y entenderse una vez para que dejaran de existir.