Un adiós, un vestidor roto y un futuro nada prometedor
Arce y su cuerpo técnico se fueron. Si existiera honestidad y autocrítica, varios de los que toman decisiones en el equipo deberían haberse ido con ellos.
Jamás debe celebrarse el despido o renuncia de un entrenador de futbol. Y es que un director técnico, antes que ser el líder de un proyecto que incluye la toma de decisiones y la gestión con jugadores, es una persona y, como tal, no está exenta de resentir el fracaso, tanto anímicamente como económicamente.
El cese de un timonel es un duro golpe emocional y también monetario. Y es que un entrenador que pierde su trabajo, un día, tras salir de una fría oficina en donde le han notificado su desvinculación de la organización, de pronto se encontrará sin trabajo, golpeado en el bolsillo y en el orgullo. Todos tenemos algún antecedente. Todos sabemos lo que siente no pertenecer más a una institución en la que un día ya no eres necesario.
Expuesto esto, debo mencionar que no me sorprendió que Eduardo Arce dejara el banquillo de Puebla. La situación ya era insostenible. Y no me refiero únicamente a los malos resultados y al pobre accionar de la Franja tanto en la Liga MX como en la Leagues Cup. Sé de buenas fuentes que, incluso, el trato entre un amplio grupo de jugadores y Arce ya no era distante sino agreste. La relación pasó de saludarse únicamente a ya ni dirigirse la palabra. Esta situación no era con todos, pero sí con algunos de los jugadores con más experiencia.
Me llegaron a contar que, al menos en un par de veces, en la gira fatídica por Estados Unidos, la relación entre entrenador y futbolistas fue tan fría y ríspida como dos icebergs chocando.
De regreso a México las cosas no mejoraron. Los jugadores iban por un lado y el entrenador por otro. Y eso, apreciable lector, ya se veía venir. Hace varias semanas en este espacio le contaba que la relación entre grupo y entrenador se rompió cuando, con la claridad que puede tener el agua estancada de un charco cualquiera, se explicaron las salidas de Emanuel Gularte, Antony Silva y Federico Mancuello. Hubo mentiras y falta de frontalidad y eso, eso no se le puede hacer a los elementos que llevan el peso de un vestidor. Los sudamericanos se fueron y con su adiós confirmaron lo que vendría después: la culminación del proyecto de Eduardo Arce. No digo que los jugadores extendieran las sábanas, que pusieran un edredón y situaran dos pares de almohadas sobre una cama tendida, dispuesta a ser usada por Eduardo. No, no digo eso.
Lo que mencionó es que, para dar resultados, en el futbol se requiere de una sana relación entre jugadores y entrenador; de no existir ésta, no hay proyecto que sea ganador. En Puebla, primero, no había cordialidad; después ya no había ni intercambio de palabras y miradas.
Eduardo Arce se fue. Ojalá que esta amarga experiencia le sirva para crecer como entrenador y líder de proyecto. Alguna oportunidad tendrá más adelante. El futbol es de revanchas y en algún momento tendrá la suya. Hoy, Eduardo se va con el exagerado calificativo de principal culpable del mal momento que vive Puebla. La culpa, me parece, es en parte suya pero también de aquellos que avalaron tantas decisiones fallidas.
Arce y su cuerpo técnico se fueron. Si existiera honestidad y autocrítica, varios de los que toman decisiones en el equipo deberían haberse ido con ellos.