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Una final de ilusiones

Las ilusiones rotas por ambos cuadros fueron parte del partido mismo, lo que unos no pudieron cerrar, los otros aprovecharon y lo que muchos clamaban se ahogó en millones de gargantas convirtiendo al derrotado en un nido de burlas y al ganador en digno campeón.

Antonio
Antonio Palomino

Actualizado: 30 MAY 2023 - 1:09

Una final de ilusiones
Arte: GRADA

La final del futbol mexicano vivida los días jueves y domingo estuvo cargada de ilusiones, las de miles de fanáticos que estaban apoyando a ambos equipos y las de los mismos jugadores que representaría una estrella más para sus escudos.

Guadalajara, mejor conocido como Chivas, venía de echar al rival que apuntaba con altas probabilidades de alzarse con el título y que parecía que dicha eliminatoria  permitiría que los de Jalisco llegaran con el envión suficiente para marcar una diferencia clave en la llave final; sin embargo, fue una ilusión, como las muchas que nombraremos ahora.

Paunovic llegó entre la penumbra de los últimos torneos, que de grande no habían tenido nada para el club chivista; sin embargo, el dejo de confianza que daba Fernando Hierro en su inicio de etapa permitía a los “chivahermanos” auspiciar un tantito de ilusión. Este tantito de ilusión lo hizo crecer el técnico a pasos cautelosos pero constantes, se metieron a pelear por la parte alta de la tabla al final del torneo, pero el proceso estaba dando resultados.

Un entrenador que puso a todos a correr y trabajar como se debe y dejó de lado los tratos de divos que le daban a algunos que pensaban que pesa más el nombre de la espalda que el escudo en el pecho. Tomó al “Pocho” Guzmán como bastión, lo puso de capitán y de mandamás dentro de la cancha. Lo hizo su extensión para ordenar el equipo; y a este cargo le agregó, el mismo Víctor, goles, asistencias y liderazgo.

Parecía que la ilusión podría tornarse en realidad. Parecía que todo iba por buen camino y que por fin podrían dar fin a tanta mediocridad repartida los últimos años.  Desde los años de Matias Almeyda no se veía un equipo organizado y con idea futbolística, los recientes torneos nos daban pinceladas de algunos futbolistas que, parecía, desquitarían los millonarios sueldos e infame popularidad que habían recibido, infame porque no era por ser excelsos futbolistas, sino que por la ausencia de este talento que les hizo firmar contratos que evitarían que tuvieran que esforzarse por algo más que jugar con la pelota de manera decente.

Del otro lado del campo en la final, llegaban los Tigres, víctimas de la avaricia que causó el puesto del timonel nacional y que hizo que Cocca en un momento de banalidad huyera del barco felino. Luego quisieron aplicar la leyenda sobre que un ex jugador de casa traería éxito al equipo porque conoce el plantel, tiene ADN de la institución, lo van a respetar porque es de aqui, y cuantos mitos se desmienten cuando al que está a cargo le falta liderazgo y aptitudes para manejar un vestuario como el de los de Nuevo León; vestidor muy caro, pesado y muy orgulloso, pasando por Nahuel y Gignac, con los millonarios precoces –diría don Marcelo Bielsa – con Córdova y Lainez, los “viejos lobos de mar”, Reyes, Carioca y Guido, entre otros, debía alguien con personalidad llegar a poner orden. “El Chima” no pudo ni ordenar ni acomodar, la ilusión de Ruiz se fue al caño. Los miles de aficionados tigres perdían la ilusión cada juego, no podían entender cómo un plantel así de vasto no pudiera funcionar de la mejor manera.

Choque de trenes, en la ilusión de sus fanáticos, pero en la realidad era un partido que sería parejo entre dos equipos que basaron su temporada en el funcionamiento parco y rígido, en alguna pincelada mediana de sus figuras; no llegaron los más goleadores, ni los menos goleados, llegaron Chivas y Tigres.  Echaron en sus clásicos respectivos a sus rivales históricos y la ilusión crecía enormidades.

Chivas pudo ponerse arriba por dos goles y parecía que su accionar y el tiempo de juego permitiría a los aficionados disfrutar una liguilla en la que echaron al rival local, al rival nacional y luego campeonar, pero no. La ilusión se rompió cuando la realidad alcanzó a Paunovic, desconocido para cerrar el partido de manera decorosa, aplicó la de “entren todos, salgan todos y vemos que pasa”. Del otro lado, Siboldi ajustó la formación y dejó que los futbolistas mostraran paso a paso su fortaleza.

Las ilusiones rotas por ambos cuadros fueron parte del partido mismo, lo que unos no pudieron cerrar, los otros aprovecharon y lo que muchos clamaban se ahogó en millones de gargantas convirtiendo al derrotado en un nido de burlas y al ganador en digno campeón.

Y recuerden, la pelota siempre al 10.

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