El día que conocí a Ricardo Hernández Esparza
Un lunes que parecía ser un día cualquiera, de pronto, sin presagiarlo, se convirtió en uno muy especial.
Escuché por primera vez la voz de Ricardo Hernández Esparza durante la primera mitad de la década de los noventa. Yo, con once o doce años, tras llegar a mi casa, me instalaba en mi recámara mientras, recostado en la cama, aventaba una y otra vez un balón a la pared, esto mientras escuchaba con atención un programa radiofónico que se transmitía por la tarde, quizá de dos a tres o de tres a cuatro.
En esa época, aunque no lo verbalizaba, ya tenía claro mi gusto por los deportes. Debo mencionar que, aunque me gustaba mucho ver el futbol y estar al tanto de los partidos de béisbol y lo que llegaba a mencionarse del basquetbol de la NBA y la liga colegial mexicana, lo que verdaderamente me apasionaba era escuchar los programas de radio con temática deportiva.
Bien, la primera vez que escuché la peculiar voz de Ricardo Hernández Esparza fue en Deportivísimo, el programa al que líneas atrás hago referencia. Esas tardes de aventar un balón, pensar en partidos reales o imaginarios y escuchar a Ricardo junto a Enrique Núñez, Germán Winder y Alberto Fabris del Toro me resultaban gratas y hoy, con la nostalgia que produce el repaso de esos días que se fueron para no volver más, puedo decir que eran mágicas.
Yo era fiel seguidor del programa. En esos tiempos no me conformaba con sintonizar las emisiones entre semana, puesto que, de manera obsesiva, también oía una versión dominical, la cual anunciaban como "lo mejor de Deportivísimo", misma que, creo recordar, no era en vivo sino grabada puesto que era una compilación o repetición de algún programa ya transmitido. Esos domingos no seguía la emisión especial en mi recámara sino en el auto de mi mamá, lugar en donde, mientras oía, también leía periódicos y anotaba algún dato importante. Sin saber cómo decirlo, a esa edad ya tenía definido que en mi adultez haría periodismo.
Un lunes que parecía ser un día cualquiera, de pronto, sin presagiarlo, se convirtió en uno muy especial. Ricardo Hernández Esparza lanzó al aire una trivia que, según decía, era difícil de responder; no recuerdo qué preguntó, pero sí sé que llamé y contesté bien —a esa edad me sabía alineaciones completas, resultados y varias cosas que hoy no entiendo cómo conocía sin la ayuda de internet—.
Al aire, Ricardo pronunció mi nombre y la promesa de un regalo sorpresa, mismo que tendría que recoger el mismo lunes, en la recepción de Tribuna. Debo admitir que más que el regalo prometido, lo que me entusiasmó fue la posibilidad de conocer la estación de radio y quizá a los dueños de las voces que escuchaba todas las tardes.
Ese lunes, como a las cuatro o las cinco, junto a mi papá, me presenté en las instalaciones de Tribuna —que en esos días se encontraban en una plaza comercial de la zona centro— para recoger mi regalo. Han pasado como treinta años de esa tarde y no olvidó que, quizá en la recepción o en la entrada de un elevador, no reconocí a Ricardo Hernández Esparza por su rostro sino por su voz; él estaba hablando con alguien mientras yo, fijamente, lo veía.
La gran sorpresa de ese día fue conocer a Ricardo. ¿Qué fue el regalo? El regalo que gané —decepcionante para mi padre— fueron dos refrescos Okey de durazno.
Para mí fue un gran día, aunque recuerdo a mi papá mencionar con cierta molestia: "mejor te los hubiera comprado en la tienda".