GRADA Opinión

El disfraz del periodismo y su ansiedad

Puede entenderse que la naturaleza de las redes sociales, versión actual del Lejano Oeste, con su anonimato, con su catarsis, con su revanchismo, incluso con sus duelos a twitazos entre gatilleros, impulse a muchos de sus usuarios a tan prontas como viscerales conclusiones.

Alberto
Alberto Lati

Actualizado: 7 NOV 2022 - 3:04

El disfraz del periodismo y su ansiedad
Arte: GRADA

Hubo un tiempo, por entonces ya escandaloso, en el que las figuras deportivas saltaban en escasos días de un polo extremo a otro.

Como testimonio de eso, una célebre frase del escritor uruguayo, Eduardo Galeano, sobre los directores técnicos: “Hoy el público le grita: ¡No te mueras nunca! Y el domingo que entra lo invita a morirse”.

Tal como recientemente me explicara otro autor indispensable al juntar letras y balones, Juan Villoro: “El futuro llega hasta el domingo para los futbolistas”.

Ejemplo de aquello fue en 1994, el contrato de veinte años ofrecido por la directiva de los Tecos a Víctor Manuel Vucetich… sólo para despedirlo al cabo de unos meses. Ni duda cabe, hasta la eternidad depende de los goles o, bajo óptica matrimonial, hasta que los goles nos separen.

Tiempo pasado porque hoy, en el frenesí de las redes sociales y la urgencia por santificar o crucificar, futbolistas y entrenadores ya no se juegan la vida a cada semana, sino acaso a cada remate, sino acaso a cada balón. Conclusiones inmediatas para establecer si alguien ya está acabado, inflado, extraviado… o bien, listo para la selección, para un gran club de Europa, para la máxima consagración.

De alguna forma, esa idea anticipaba el espectacular anuncio dirigido por Alejandro González Iñárritu rumbo al Mundial de Sudáfrica 2010: los cracks escribiendo un futuro idílico o una perpetua pesadilla según un único lance del partido. 

Curiosamente, todos los que se jugaron su destino en el clip, terminaron con malos desempeños en el torneo: Didier Drogba, Franck Ribery y Fabio Cannavaro no superaron la primera ronda; Wayne Rooney (que en la producción de Iñárritu incluso vence a Roger Federer en tenis de mesa) y Cristiano Ronaldo (que hace un túnel a Homero Simpson) se quedaron en octavos de final; por no decir Ronaldinho, quien ni siquiera fue llevado por Brasil al certamen.

En la ida de la semifinal del pasado Apertura 2022, Francisco Guillermo Ochoa concedió un gol tras salir de pésima forma. Muy pronto emergió una marabunta digital a exigir que el portero americanista no vaya a Qatar o sea despojado de la titularidad tricolor. Similar, un día después, cuando Rogelio Funes Mori falló un penal que hubiera representado el empate a tres que cambiaba la serie para Rayados. 

O si Hirving Lozano se tropieza ante la portería. 

O si Jorge Sánchez luce endeble, como todo el Ajax, en la Champions. 

Es perfectamente admisible el debate respecto a si Funes Mori está en ritmo tras casi dos meses lesionado y si Ochoa es el guardameta indicado. Lo que carece de sentido es concluir basados en la última pelota.

Si ya resulta absurdo el futuro fijado en el límite máximo del domingo, imaginemos aquel futuro que no pasa del próximo servicio al área. Bajo esa premisa todos los futbolistas del planeta hoy son convocables y desechables, benditos y malditos, consagrables y reprobables, sólo depende del minuto anterior.

Puede entenderse que la naturaleza de las redes sociales, versión actual del Lejano Oeste, con su anonimato, con su catarsis, con su revanchismo, incluso con sus duelos a twitazos entre gatilleros, impulse a muchos de sus usuarios a tan prontas como viscerales conclusiones. 

Lo que resulta más difícil de entender es que bajo el disfraz de periodismo, los que trabajamos en los medios nos comportemos con idéntica ansiedad.

Sobre el autor

Alberto Lati
Alberto Lati

Periodista y escritor; autor de seis libros; embajador de Buena Voluntad de ACNUR.