Donde estamos todos
Creo que lo más emocionante de los sueños es cumplirlos; pero estoy seguro que lo más bonito y satisfactorio de ellos es compartirlos.
Fue a principios de 2013. Recién devuelto del extinto Distrito Federal, la situación a nivel laboral y económico no era buena. Lo único que me mantenía con ánimo era escribir de fútbol (sobre todo del Real Madrid y, por supuesto, de mi Franja).
Cada noche, después de revisar todas las vacantes de Puebla e invadir correos electrónicos a mansalva con mi curriculum vitae, escribía. De madrugada o en la mañana siguiente, enviaba los documentos de Word a cada una de las páginas web de fútbol existentes y por nacer. Fueron incontables los mails enviados –y también los rechazados, claro; pero hubo proyectos que, por alguna razón, aceptaban publicarme. La remuneración económica consistía en que mi nombre –acompañado de mi usuario en Twitter –apareciera al final del texto. La paga me parecía más que suficiente. “Necesito proyección, que me lean”, pensaba. Y era la realidad.
Aunque soy creyente de que las casualidades no existen, el destino logró que uno de esos textos llegara al entonces editor en jefe de VAVEL México (edición en nuestro país de dicho medio español, aperturada poquísimas semanas atrás), quien después de una breve charla por Facebook, me propuso reunirnos en persona para charlar sobre mis intenciones con el proyecto. Llegué a la cita cerca de media hora antes de lo acordado, muerto de nervios. Me imaginaba a un señor dispuesto a hacerme pedazos. Cuando se presentó, no lo podía creer: un niño de 17 años recién cumplidos y dos metros de largo, con pants negro y gorra hacia atrás, me extendía la mano derecha al ritmo de: “¿Miguel? Mucho gusto. Soy Alan Núñez”. Bastaron diez minutos de plática y dos tazas de café –de refill –para saber que en aquel taburete arrinconado del Vips de Plaza Dorada, más que a un amigo, había encontrado un cómplice. Los amores a primera vista sí existen.
A partir de ese momento, la cosa caminó de manera increíble. Cada llamada o reunión derivaba en proyectos y más proyectos. Algunos de ellos se quedaron en ideas y algunos otros, a veces sin saber cómo ni porqué, vieron la luz (revistas digitales, coberturas nacionales e internacionales, programas de radio y televisión por internet, podcast; etc.); un sinfín de locuras que hoy, al mirar para atrás, me resultan conmovedoras e irreales. Sin embargo, en nuestra libreta de asignaturas pendientes, hubo una con la que siempre terminábamos aquellas charlas: nuestro propio periódico impreso. Un sueño que, ante la digitalización del mundo y la precarización de la industria editorial, lucía imposible. Hasta hoy.
Comenzamos a trabajar en esto hace un par de meses. Hicimos llamadas, invitamos gente, cometimos –y seguiremos cometiendo –insensateces y errores; dudamos y volvimos a creer. Elegir el nombre nos llevó algo de tiempo. La idea era encontrar ese lugar donde se unieran el deporte y todos sus protagonistas: la familia que, después de años de esfuerzos, ve cumplirse la ilusión de un ser querido; el periodista que busca atestiguar y contar historias; el formador o entrenador que, tras años de estudio y trabajo, es testigo del crecimiento de su filosofía; el empresario que arriesga y cree en un proyecto; el comerciante que ofrece, con la mejor actitud, un servicio o producto; el fanático que vive y disfruta al máximo su pasión.
GRADA es ese lugar.
Y es, también, ese sueño hecho realidad.
Creo que lo más emocionante de los sueños es cumplirlos; pero estoy seguro que lo más bonito y satisfactorio de ellos es compartirlos.
Bienvenidos a GRADA, ¡donde estamos todos!