La metamorfosis de la “Identidad Puebla”
El proyecto enfranjado –no de ahora, sino desde hace mucho tiempo –ha dejado muy en claro sus objetivos: navegar con el mínimo de inversión necesaria, generar negocio cada vez que se presente la oportunidad (dentro y fuera de la cancha) y, por último, aprovechar las bondades del sistema para disfrutar de una fiesta en la que muy difícilmente, por diversas circunstancias, propias y ajenas, desarrollará un papel protagónico.
La metamorfosis de Franz Kafka, una de las obras icónicas de la literatura mundial y la cual, entre otras, dio paso a la corriente ‘del absurdo’ que marcaría en gran medida a diversos autores del siglo XX, cuenta la historia de Gregor Samsa, un joven comerciante que una mañana común y corriente, sin razón aparente, despierta convertido en un monstruoso insecto.
Además del contexto histórico, social y cultural en el que esta obra ve la luz (1915, durante los comienzos de la Primera Guerra Mundial) y con los conflictos y peculiaridades que ello representa, uno de los hilos conductores de Kafka se relacionan con la identidad; ese cúmulo de virtudes, defectos y creencias a las que Gregor, encarnado ya en un animal despreciable a la vista de su familia y la sociedad, debe enfrentarse conforme pasan el tiempo y los daños.
La clasificación de la Franja a la Liguilla, la sexta de manera consecutiva, se debió más a las características de la competición que a una serie de buenos resultados, de ciertos argumentos futbolísticos o por lo menos –retomando el recurso kafkiano –a su personalidad; esa famosa “Identidad Puebla” que, aunque se trató de hacernos creer lo contrario, jamás existió en este torneo y la cual se evaporó aún en las manos del cuerpo técnico anterior.
El proyecto enfranjado –no de ahora, sino desde hace mucho tiempo –ha dejado muy en claro sus objetivos: navegar con el mínimo de inversión necesaria, generar negocio cada vez que se presente la oportunidad (dentro y fuera de la cancha) y, por último, aprovechar las bondades del sistema para disfrutar de una fiesta en la que muy difícilmente, por diversas circunstancias, propias y ajenas, desarrollará un papel protagónico.
No es el hilo negro. Por el contrario: cada uno de los que, a nuestra manera, desde hace décadas o de manera reciente, en mayor o menor medida, seguimos a este equipo, aunque nos guste fingir que no es así, lo tenemos profundamente claro.
Por eso, aquella declaración de que este equipo es “una empresa”, aunque fría o tal vez imprudente, en lo absoluto me parece ofensiva, ni falta a la verdad. Las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran. Lo ‘malo’ –por decirlo así, tal vez –es que vinieron de alguien que, a nuestra consideración, por su estatus, no en el club, sino en el recuerdo, cariño y simpatía de la afición, no ‘debió’ decirlo (o al menos, hacerlo con un poco más de tacto y empatía).
La lógica y la justicia, esos intangibles tan ajenos al fútbol y que durante los tres primeros partidos de la Reclasificación brillaron por su ausencia, decidieron aparecer en el estadio Universitario para acabar, afortunadamente y de una vez por todas, con las esperanzas del Club Puebla.
Unas esperanzas que, cabe decirlo, no tenían justificación alguna más que el cariño y la ilusión que invariablemente, sea como sea, genera ver a la Franja en instancias finales, pero que sólo mantendrían con vida a ese monstruoso insecto que hoy no tiene rumbo; pero que, si se lo propone, puede recuperarlo.
Lo demás, como suele decirse por ahí, es mera literatura.