Soberbia: el pecado que acabó con la Franja
Eduardo Arce Peña, uno de los principales responsables de este despropósito futbolístico, es el “chivo expiatorio” perfecto de una negligencia institucional –por no llamarle de otra manera –que ha derivado en un ridículo histórico.
El actual proyecto del Club Puebla, desde hace mucho tiempo, está liquidado. La humillación sufrida la noche de este domingo frente al Minnesota United de la MLS, en su duelo debut dentro de la Leagues Cup, sólo fue una gota más de un vaso rebasado hace varios ayeres.
Eduardo Arce Peña, uno de los principales responsables de este despropósito futbolístico, es el “chivo expiatorio” perfecto de una negligencia institucional –por no llamarle de otra manera –que ha derivado en un ridículo histórico (uno más, aunque ahora a nivel internacional).
La soberbia fue el pecado principal de un club que lo único que anhela es recibir flores y halagos, aunque la cruda y dura realidad toque a su puerta a diestra y siniestra, y cada vez más fuerte.
La soberbia de una directiva que en lugar de sostener un proyecto que, bajo su propio arropo, le devolvió la ilusión a una afición que se creía capaz de cualquier hazaña, priorizó un modelo de negocio que, de ser de una rentabilidad absoluta, terminó por devorarse a sí mismo.
La soberbia de una dirección deportiva que, desde su nombramiento, ha gozado de una ausencia insultante para con la afición (excepto para la pose en redes sociales, que es el único canal por el que se sabe de su irrelevante existencia y para la que goza de cabal salud).
La soberbia de una dirección comercial que, por alguna extrañísima razón, en un desconecte de lucidez, en lugar de mirar un poco hacia adentro y comprender el hartazgo sobre un discurso vacío, creyó que era buena idea “enseñarle” cómo ser un “verdadero” fanático a áquel al que sólo ven como consumidor, pero que ha vivido la historia de su equipo con el corazón y no por conveniencia, sueldo ni obligación.
La soberbia de un director técnico que, más allá de los resultados o del tiempo y paciencia que requiere cualquier proyecto profesional (y que lejos está de ser el único “culpable” de esta catástrofe), desde el día uno se preocupó más de estar a la defensiva, de encontrar justificaciones sin sentido a sus errores y de rechazar cualquier ápice de autocrítica, en lugar de respetar y darse a respetar con aquellos que, en lugar de utilizarlo con “cantos de sirena”, en verdad le dan credibilidad y respaldo a su trabajo.
La soberbia, por supuesto, de varios jugadores que salen al campo a pasearse como si, en lugar de ser un trabajo altamente remunerado, hicieran un favor; y además, sin el mínimo de dignidad ni vergüenza deportiva.
La soberbia ha dilapidado la credibilidad y confianza de un proyecto que, tarde o temprano, porque no existen motivos para creer lo contrario, terminará por emigrar en búsqueda de nuevos horizontes donde fortalecer su negocio. Ojalá, lo digo en serio, que eso suceda muy pronto.
P. D. Para finalizar, me encantaría ofrecer una disculpa por este texto a aquellos que, además de resolver con envidiable sapiencia todos y cada uno de los problemas del fútbol nacional y mundial cada noche en sus infumables mesas de debate transmitidas por televisión, pontifican cuándo, cómo y sobre qué o quién un medio de comunicación (excepto de los que ellos cobran cada mes, porque además de sabios son expertos en quedar bien) debe ejercer una crítica, por muy evidentes que sean las razones.
Me encantaría. Pero la soberbia es contagiosa.