Club Puebla: una ruina anunciada
Menos mal, existen dos verdades irrefutables: en primera, el fútbol profesional es lo más importante de lo menos importante. Y en segunda, aunque la industria ya puso sus tentáculos sobre ello, aún nos queda el fútbol de verdad: el de los niños.
La premisa de adquirir un producto o servicio es tener la satisfacción de que el desembolso realizado estuvo a la altura de lo recibido; una sensación verdadera de “ganar” para todas las partes involucradas en la transacción. Es decir, un ‘negocio’ en toda la extensión de la palabra.
La industria del fútbol, por supuesto, no es ajena a ello. Salvo casos excepcionales, donde la lucha por cada campeonato en disputa es una “obligación”, cuando un aficionado o fanático realiza una compra de boleto, abono, jersey, contratación de plataforma de televisión o streaming, entre otras, sus expectativas se reducen a, por lo menos, disfrutar de un verdadero espectáculo.
Sin embargo, existen casos en los cuales sucede todo lo contrario, donde los que obtienen una satisfacción continua son todos menos aquéllos que desembolsan su dinero, que terminan recibiendo migajas y burlas, y a quienes se les trata como si les hicieran un favor.
La empresa Operadora de Escenarios Deportivos S.A. de C.V. (o Club Puebla, como usted guste llamarle), pertenece a esta categoría; un negocio tremendamente lucrativo, vaya que si no, pero solamente para un grupo de personajes (soberbios, gandallas y malagradecidos con la ciudad que los recibe y que les sacia el hambre), a quienes poco les importa acabar con la historia que no escribieron y que lejos, pero muy lejos, están de siquiera un día poder entender y mucho menos escribir.
La riquísima historia de la Franja está camino a la ruina y, al parecer, nadie podrá salvarla.
Y esto es una verdadera lástima, porque la leyenda que grandes jugadores, entrenadores y directivos (personajes del fútbol de verdad y no remedos) ayudaron a construir, hoy se encuentra en un proceso de destrucción inevitable, gracias a un séquito de vividores que, eventualmente, huirán en busca de otra entidad en la cual esconderse y, sobre todo, a la cual devorar.
Por el mero gusto y amor incondicional, algunos no elegiremos otra cosa que seguir estando ahí hasta que a las mentes brillantes, las de las decisiones sabias e irrefutables, su negocio ya no les dé para más.
Menos mal, existen dos verdades irrefutables: en primera, el fútbol profesional es lo más importante de lo menos importante. Y en segunda, aunque la industria ya puso sus tentáculos sobre ello, aún nos queda el fútbol de verdad: el de los niños.
Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.