Un Puebla vs América no es un juego más
Los partidos contra el América me ponen, por decirlo de manera precisa y educada, un poco quiénsabecómo. Ojalá que el de esta noche, en algunos años, nos devuelva a una noche feliz e histórica. Que así sea.
Los partidos contra el América me ponen, por decirlo de manera precisa y educada, un poco quiénsabecómo.
En mi memoria viven, como si hubieran sucedido ayer, varios pasajes de duelos de mi Franja contra el –por varios considerado, no por mí –“más grande” del fútbol mexicano.
Algunos son maravillosos y otros, la verdad, no tanto.
Comienzo con un triunfo por la mínima obtenido el 17 de noviembre de 1993, de noche, con un estadio Cuauhtémoc como pocas veces he vuelto a verlo. Yo tenía apenas ocho años y, en caso de extravío entre tantas personas y banderas, como seña particular para que pudieran identificarme en un santiamén, me acompañaban una chamarra negra con tonos fluorescentes y una playera negra con el rostro de Michael Jackson en el frente, misma que mi madre me había comprado a la salida del concierto del “Rey del pop” en el estadio Azteca, realizado muy pocos días atrás como parte de su tour Dangerous, y la cual no me quitaba ni para bañarme. Ojalá fuera broma.
Incluso, existe una foto que confirma esta historia: la postal es previa al arranque del partido, hincado junto al once inicial, en pose de futbolista caro –lo único que tuve de futbolista en mi vida, la pose –y Alfonso Sosa fungiendo de mi guardaespaldas. Si no mal recuerdo, fue el entrañable “Poncho” –con un disparo de larga distancia, marca de la casa –quien selló aquel emocionante triunfo.
Sí, tal vez debería acudir a Youtube para comprobarlo y no escribir un dato erróneo en vano, pero en este tipo de recuerdos, me disculpo de antemano, prefiero apelar a la nostalgia de la memoria.
También recuerdo aquella vuelta de cuartos de final de la temporada 94-95. Fue a mediados de mayo. Yo cursaba el cuarto año de primaria en el Colegio Benavente. Fue viernes. Sí, en viernes. Para variar, el rival se había valido de algunas triquiñuelas –vuelvo a recurrir a una palabra educada y así evitar meterme en problemas –para cambiar los días de partido a su antojo, con el consentimiento de ya sabemos quién.
El golazo de Narciso, el “Chicho” Cuevas de ‘tijera’ a servicio del gran “Pony” Ruiz me hizo soñar. Y no sólo a mí, sino a todos los niños que pudimos escuchar aquel partido por los altavoces de la escuela. Al día de hoy, no recuerdo quién fue la persona que se compadeció de nosotros para poner el relato del juego a todo volumen en el patio de Chapulco, pero si llega a leer esto: fue nuestro héroe.
Al final, la unión entre el arbitraje tendencioso de Pascual Rebolledo (si no me equivoco; aún tengo pesadillas con ese bigote) y un equipo que volaba, literal, con Luis García, François Omam-Biyik, Kalusha, “Zague”, entre otros, nos devolvió a la realidad en cuestión de minutos.
Después de ellos, existieron otros partidos que fueron vibrantes y apasionados: triunfos en el Azteca con categoría, derrotas en el Cuauhtémoc sin meter las manos, y algunos otros, más recientes, sobre los que prefiero guardar silencio.
Sin embargo, al escribir todo esto, me doy cuenta de que el fútbol trasciende a resultados, creencias, filias y fobias.
A veces insufrible pero siempre encantador, al final del show, este jueguito hermoso y partidos como el de hoy terminan siempre traduciéndose en bellos recuerdos.
Ojalá que el de esta noche, en algunos años, nos devuelva a una noche feliz e histórica. Que así sea.
Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.